Sunday 30 March 2008

Terry Eagleton: "La cultura en crisis"

Aquí un breve resumen de la lectura, aunque esto suene a un eufemismo pues me salió un tanto largo. Espero que quede todo claro. Gracias.

El concepto de cultura se ha definido de múltiples maneras, pero ha oscilado en dos extremos: 1. en un sentido antropológico como modos de vida en general con respecto a una sociedad; 2. o en un sentido estético que contiene un marcado sesgo elitista. Sin embargo, ambos extremos logran extrapolarse, pues la cultura, según lo antropológico, puede llegar a ser tan restrictivo como lo era según lo estético, y a su vez, este puede caer en generalidades tan estériles para el análisis como aquella. En consecuencia, la cultura como concepto ha llegado a ser muy esquivo al análisis sociológico. Raymond Williams busca establecer una relación de correspondencia entre una lengua y la cultura inscrita en un determinado espacio, lo cual parece aún indeterminado pues se ha probado que lo cultural puede abarcar a más de una lengua en especial (lo “posmoderno” por ejemplo) o una lengua puede contener a muchas de ellas (los angloparlantes son diversos culturalmente). Aún así lo cultural no ha logrado plasmar una fuente determinada que la defina, en este sentido podemos decir que lo que define lo cultural de un grupo social puede estar compuesto de sus características genuinas, pero también de cosas demasiado mundanas o poco representativas. Así pues si aun definiéramos lo cultural como aquello que es artificial o elaborado por el hombre en oposición a lo natural, dentro de esto se encontraría la forma de hacer cañerías o de fabricar patitos de goma, lo cual muchas veces no es representativo de un grupo social. Así se pasó a usar en los 70’s un concepto de cultura que se formuló como redes de significación (Clifford Geertz), o como un sistema de significantes a través del cual el orden social se constituye (Williams). Así pues este modo de definir la cultura mostró sus ventajas al centrar la definición en algo concreto (un “sistema de significación”) y no pecar de elitista. Así la forma de de hacer cañerías, según esta definición no serían practicas culturales por carecer de “significación”, pero aún así, no basta esto para marcar lo que es cultural de lo que no lo es puesto que existiría muchas gradaciones dentro de lo que si sería cultural. En este sentido, esta quedaría marcada por su relación de significancia y con su “necesidad”, por lo que por ejemplo la literatura implica un alto grado de significación, en cambio la moneda pierde tal en su carácter de funcionalidad. Así pues, todo aquel sistema social está contenido de hechos de significancia, más aún no todos ellos se encuentran contenidos en un sistema cultural, lo cual estaría marcado por su grado de significación como se ha señalado líneas arriba, aún así esta noción de cultura está sujeta a críticas por separar lo estético y lo instrumental de acuerdo a su significancia.

Ahora, la cultura ha sido generalmente definida como la totalidad de los hábitos de un grupo social (Tylor), asumiendo así una amplitud tal que lo social y lo cultural quedan indiferenciados. Otra forma de ver la cultura es como un conocimiento sobreentendido del mundo, tal como la phronesis aristotélica; una directriz práctica. Ahora, haciendo un breve recorrido a los diversos conceptos de cultura esbozados por uno de los teóricos más importantes sobre el tema, Raymond Williams, nos daremos cuenta de la falta de un cuerpo teórico que sostenga a una definición de cultura. Así pues, Williams enfocó el tema en cuatro significados distintos de lo que es la cultura: 1. un hábito mental individual; 2. un estado el desarrollo intelectual social; 3. el conjunto de las artes; 4. las formas de vida de un grupo o de un pueblo. En general, esta última definición entraña una necesidad política por parte de Williams de no dejar fuera de lo cultural a la clase trabajadora, pues las primeras definiciones tienen un sesgo elitista. Sin embargo, esta es demasiado amplia y al final tiende a hacer desaparecer lo cultural en lo social. En otra obra posterior, Williams define a la cultura como una “estructura de sentimientos”, donde evidentemente busca reconciliar la duplicidad del término cultura que va de lo objetivo-material a lo subjetivo-vital. Así pues queda por demás en evidencia lo complejo y complicado de definir la cultura.

Aún así, se ha buscado definir a la cultura desde otros enfoques que busca a la cultura fuera de las necesidades materiales -como el alimento y la vivienda-, sino en el desarrollo superfluo luego de haber cumplido dichas necesidades, tales como la gastronomía (luego de cumplida la necesidad de alimento), aunque este tipo de definición no se aleja de lo planteado por Williams, acerca de los distintos grados de lo significante. Así también sentar los límites de aquello “superfluo” es una tarea ardua, pero incluso aquellas cosas que consideramos fuera del ámbito de las necesidades se hacen tan necesarias como ellas mismas. Sin embargo, actualmente, se está buscando definir la cultura en base a una forma sumamente local y atomizada, así pues bajo esta definición, existiría una cultura del fútbol, de las armas, de la dependencia, del dolor, etc. Ahora, el hecho de que un grupo de individuos compartan un mismo lugar, la misma profesión o la misma generación no significa que formen una cultura; solo lo hacen cuando comienzan a compartir hábitos lingüísticos, tradiciones populares, maneras de proceder, formas de valoración en imágenes colectivas. Así pues, la noción de cultura se ha convertido en un término que a la vez tan elástico que no deja nada fuera de si, como también algo demasiado específico, que refleja la fragmentación de la vida moderna, sin posibilidad de reintegración a través de ella. Así pues, la cultura ha passdo de ser un espacio de integración, donde todos los hombres se identificaban con una misma naturaleza, despertando a un sujeto universal a través de las artes, a ser un lugar de conflictos donde cada grupo social se reafirma con sus identidades específicas -nacionales, sexuales, étnicas, regionales- que esgrimen su propio lenguaje de confrontaciones políticas. Es en este sentido que su noción de cultura ha dado un giro importante: así como, siguiendo a Hartman, se ha pasado de la cultura como algo universal y valedero para todo el género humano a la cultura como un universo sumamente específico que no reconoce aquel espacio de consenso.

En la literatura se ha observado claramente este cambio, pues ahora la actividad literaria se ocupa más de los conflictos sociales o de teorías culturales que de temáticas “clásicas” (un drama Tudor o una métrica alterada). Pero este giro no es tan inexplicable teniendo en cuenta que la referencia a lo cultural haría hincapié a la subjetividad social, y este es un campo natural para la crítica literaria, pues esta es la ciencia de la subjetividad. Ahora, es importante señalar que la literatura desempeñó un papel fundamental dentro de la conformación de la subjetividad social, pero luego ante los aportes del arte, la literatura perdió aquella directriz de la subjetividad, lo que la colocó en una paradoja: por un lado tenia una importancia fundamental dentro de esa cultura de corte elitista, y por otro lado su posición era la de la disidencia frente a una plebe que estaba fuera de aquella idea de cultura. Por tanto, la transición hacia la cultura fragmentaria solucionó el problema al mezclar aquella actitud disidente con el apoyo popular encontrado en aquella fragmentación. Este cambio motivó que la cultura fuera vista como un espacio político, función que no tenía. A su vez la cultura, ante la secularización del mundo por acción del capitalismo industrial, tuvo que reemplazar aquel espacio dejado libre por la religión y filosofía como reflexión del mundo y la esencia de lo humano. Sin embargo cabe apuntar que la cultura no se encuentra preparada para cumplir tales funciones debido a dos razones: 1. porque en su sentido estético la cultura excluye a un altísimo porcentaje de la población; 2. porque en su sentido antropológico específico la cultura es un espacio de conflicto de identidades; así pues, cuanto más específica y fragmentada es, la cultura no cumple con un rol conciliador, y cuando más conciliadora es (en el sentido estético de la cultura) mas inoperante se vuelve.

Este sentido de cultura es la que esgrime el posmodernismo, que ciertamente atenta directamente a la idea tradicional de cultura. Ahora, esta -construida en oposición a lo social en tanto que excluyente y a lo material en tanto que intangible- se verá transgredida fundamentalmente pues el sujeto social se ha construido en base a esa idea, por la cual no solo se transgrede la noción de cultura, sino los propios valores humanos en si mismos. Por lo cual, esta trasgresión mina las bases fundamentales en los cuales la sociedad se legitima; y en este sentido el cambio y la trasgresión de la noción tradicional de cultura adquiere tal importancia. Pero también cabe observar que el sentido de cultura tradicional estética que los posmodernos atacan es reproducido por ellos mismos, y esto se explica por dos razones: 1. ningún concepto de cultura (ni siquiera el que esgrime el posmodernismo) es autocrítico; 2. el exclusivismo que la idea tradicional de cultura difunde y que el posmodernismo critica es reflejado por él mismo, pues su carácter pluralista, al dejar fuera a los que no lo son, se convierte también en exclusivista. En este sentido, se podría ver engañosamente a los EE.UU. como un ejemplo de pluralidad, pero lo son en tanto que este se encuentra conformado por grupos aliados y enfrentados unos a otros, por lo cual estaría reproduciendo en un microcosmos el exclusivismo de la idea tradicional de cultura. En suma, el único beneficiario de esto sería el sistema político que tiene por enemigo a un conglomerado de grupos inconectos. Ahora, así como el posmodernismo atacaba la sobrevaloración de la estética dentro de la definición tradicional de cultura, ella misma sobreestima el valor político que tiene su propia idea de cultura. En este sentido, lo cultural muchas veces es poco determinante en reivindicaciones políticas tales como huelgas, campañas anticorrupción o protestas contra la guerra. Así pues, el posmodernismo no logra comprender que no todas las reivindicaciones políticas son culturales y que no todas las diferencias culturales son políticas. Por tanto, ambas comparten el mismo desinterés por lo real fundamental que subyace a la cultura: el aparato estatal de violencia y coerción. Ahora, esta idea de cultura posmoderna ha sido duramente criticada por Hartman al enfatizar que es solamente una forma de llenar aquel vacío fantasmal dejado por el anhelo de arraigo. Así por ejemplo, la existencia misma de la sociedad judío, que sería la encarnación del desarraigo (el mismo Hartman es judío), descalifica -con su cosmopolitismo obligado- a la idea posmoderna de cultura. Y, aunque ella se ponga de su lado al enfatizar en la disidencia y la minoría, también encontramos la misma idea local y específica de cultura en el otro lado de la calle: los nazis y el genocidio conformarían un sistema cultural. Por tanto, la cultura como tal encuentra su ambivalencia en productos tan disímiles como el genocidio (los nazis por ejemplo) y la reacción opuesta a este (la resistencia judía), pero ambos señalando su exclusividad. Así, la historia de la cultura se ha visto reflejada en una escisión entre un espíritu universalista estéril y cómplice del sistema político imperante (pues al no criticarlo hace perenne su sobrevivencia) y un particularismo reaccionario ante esto, pero inconexo y antagónico.

Una forma en la cual se ha buscado abarcar a ese “espíritu universal” es a través del término “imaginación”. Este hace referencia a una relación universal empática entre todos los hombres, por lo cual, en el interior de cada uno de ellos, vive un “hombre absoluto” que te permitirá poder comprender los distintos entornos culturales de cada uno de nosotros. Pero esto a su vez implicaría que la imaginación desprovee al hombre (en sentido individual) de aquello que lo hace distinto a los otros, en este sentido la imaginación implica centrar al hombre como algo universal, omnisciente en relación a cualquier entorno cultural, pero en tanto que este se encuentra vacío de toda individualidad peculiar. Se desprende de esto que esa doctrina conforma una forma liberal de imperialismo (de occidente obviamente) pues lo que hace existentes a las otras culturas es la contraposición con tu propia forma de vida, mas esta no es una cultura en si misma, sino la condición de que las demás lo sean, es el patrón subyacente para la diferencia. Así mismo, “colonizamos” a las otras culturas pues poseemos aquella imaginación que nos provee de la empatía omnisciente que necesitamos para darnos cuenta de la multiculturalidad, mientras que aquellas se encuentran en estado de ignorancia frente a sus congéneres. Ahora, lo que marca la presencia de la imaginación en occidente, señala Richard Rorty, es el desarrollo económico capaz de dar el tiempo libre -luego de cubiertas las necesidades básicas- para salir de nosotros mismos y situarnos empáticamente en los demás sistemas culturales, colonizándolos. Así, occidente tiene el monopolio de la imaginación, y por tanto, el de la colonización. Pero según se desprende de esto, cualquier sociedad que satisfaga sus necesidades básicas puede acceder a la imaginación. En este sentido, que los valores de occidente sean los patrones de demarcación es un hecho puramente histórico. Aún así, aquella capacidad de “entender” a todas las culturas le da cierta legitimidad, tanto como para establecer los límites de lo humano, como también para intervenir cuando dichos límites se ven vulnerados. Pero es un error creer como Rorty que la imaginación se restringe solamente a un orden social próspero, y esto se ejemplifica claramente en los sistemas coloniales donde, sin la necesidad de imaginación, un grupo social que haya vivido en el colonialismo entiende claramente a otro que haya estado sujeto a las mismas condiciones, por más que sus culturas sean distintas, pues lo que marca la empatía muchas veces guarda relación con que dos sociedades se encuentren en situaciones similares más que con un sujeto universal omnisciente. Aunque también es un error creer que lo empático se encuentre fuera de uno mismo pues lo que en realidad se necesitaría para comprender lo que el otro esta sintiendo es solamente interiorizar en uno mismo, así los irlandeses de principio del siglo XX no necesitaron recurrir a ninguna misteriosa facultad intuitiva para saber cómo se sentían los indios de principio del XX. En resumidas cuentas, aquello que llamamos empatía, esa transformación en tu semejante con el objetivo de conocer lo que siente, no es condición para el conocimiento de ciertas realidades ajenas a uno mismo, aún así esa idea sigue estando más viva que nunca. Toda esta doctrina acerca de la imaginación, más que demostrar que únicamente la cultura occidental puede intervenir en todo el universo cultural, solo hace énfasis en su relación con el poder, pues a través de dicha doctrina busca legitimar su sistema de coacción, pues no solamente la represión es la única vía de supervivencia del control político. Queda claro que a través de aquello que interioriza en nuestra subjetividad social el poder dominante logra sus mejores resultados, y justamente a través del arte se conoce internamente a dicha subjetividad, pues en ella se expresa claramente la vida emocional. Se pronostica a posterior un sistema opresor capitalista que renuncie a la coacción que internaliza en lo subjetivo, sino que se lance a la defensa de sus propios privilegios, ante esto se puede entrever las fuerzas que podrían ejercer su resistencia frente a esto, pero no parece que la cultura destaque entre ellas.

1 comment:

manolo angel said...

excelente información .. muchas gracias por publicarla,,, ahora a leer el libro completo de Eagleton.. saludos