Monday 21 April 2008

Jonathan Culler: "Identidad, Identificación y Sujeto”

El sujeto, ¿es algo dado o construido?, ¿debe concebirse como un individuo o en tanto que se encuentra dentro de un grupo social? Culer señala que existen cuatro formas de responder a estas cuestiones: 1. el yo es algo dado y a su vez algo individual, dado antes de cualquier acción del sujeto; 2. el yo es algo dado, pero también se encuentra sujeto a determinaciones sociales; 3. el yo es una construcción social pero su experiencia individual es importante para su formación; 4. el yo es construido dentro de un contexto social, en el cual ocupará una posición o rol. Así bien, la tradición crítica de los estudios literarios modernos ha enfatizado en que el sujeto es una esencia, algo preexistente a sus acciones, y por ende, no sujeto a juicios: el decir “hice lo que hice porque soy quien soy” reafirma la justificación de una acción, limpiándola de objeciones. Pero la “teoría” ha refutado este tipo de argumentación, sosteniendo que en el sujeto no hay una esencia que realice el papel de “centro”, sino que coexisten en él múltiples fuerzas relacionadas en un mismo espacio, el sujeto; el psicoanálisis (en el sujeto se manifiestan fuerzas psíquicas, sexuales y lingüísticas), la teoría marxista (fuerzas que desembocan en una determinada posición de clase), el feminismo (fuerza de los roles de género) y la Queer theory (fuerzas de estereotipos sexuales) defienden esta afirmación. Así, la pregunta por la libertad del sujeto se traslada hacia su propio significado ambivalente: 1. sujeto entendido como una subjetividad libre de acción; o 2. sujeto entendido como sujeto a la autoridad.

La Literatura se a centrado generalmente en las aventuras de los personajes en un sentido personal; en este sentido los han definido como un complejo individual pero enfatizando implícitamente algo externo que los forma (identidad social). Así, la Literatura se sitúa en la problemática líneas arriba planteada: los personajes ¿producen su destino (como seres dados y autónomos) o lo sufren (encarcelados en lo social)? La Literatura ha mostrado respuestas variadas a esta pregunta, pero que giran en ambas perspectivas: así lo social en algunos casos marca el destino del personaje y este termina siendo totalmente absorbido por algo externo a él; en otras los personales van mutando durante su enfrentamiento con el mundo (lo social) y van adquiriendo ciertas características propias producto de esta relación antagónica. Esta última ha suscitado en interés por los teóricos de la identidad social, pues en estas la Literatura origina una aporía planteada en los siguientes términos: las novelas de esta perspectiva refuerzan la idea de que hay un yo natural en cada sujeto que en el transcurso de la narración irá surgiendo, pero a su vez este sujeto escondido es causa de sus propias acciones, aquellas que harán surgir ese mismo yo en el contacto con el mundo; entonces el yo es causa y producto al mismo tiempo. Esto hace que surjan tensiones entre la Literatura y las críticas teóricas: así la Literatura enfoca un estudio muy detallado sobre el individuo y sus conflictos con lo social, pero no deja indicio alguno de que sus personajes sean representativos de una especificidad grupal; en cambio el tratamiento teórico de las identidades confía en una fuerza generalizadora implícita, por lo que enfatiza que en las novelas, al enfatizar en que los personajes son sujetos que reaccionan conflictivamente a su entorno social, construyen una identidad individual que oculta la influencia de lo social. Ahora, la Literatura a influenciado muy fuertemente en sus lectores quienes, al experimentar el mundo interno del personaje de una novela, asumen una identidad que busca recrear aquella experiencia, motivo por el cual la Literatura ha sido acusada de corromper, a través de sus personajes, mediante mecanismos de identificación.
Ahora, se llega a una segunda polémica: los discursos ¿representan identidades que existen previamente o las producen? Así, según Foucault, los discursos inventan identidades (el homosexual es una identidad inventada por los discursos decimonónicos); a su vez Nancy Armstrong enfatiza que los discursos son representativos de una identidad previa que se hará extensiva a espacios más amplios de lo social (la idea de “hombre moderno” surge de la figura femenina plasmada en las novelas, donde se señala que lo personal es la “esencia” del yo sin importar las jerarquías sociales, y esta idea trascenderá a lo femenino y abarcará también a lo masculino).

La formación de la identidad ha sido explicada según la teoría reciente como consecuencia de un proceso inicial de identificación, lo cual también se encuentra de manera implícita en la Literatura. Esto tiene su origen en la afirmación de Freud de que el sujeto es un reflejo del otro, y esto funciona como un mecanismo de identificación, lo que trae consigo luego de que también se traslade esta identificación al plano de los deseos: así, en la identificación sexual, el niño se identifica con el padre, y luego con su objeto de deseo: la madre. Así se desarrolla el complejo de Edipo, donde la identificación del niño con el padre trae consigo una pugna por el mismo objeto de deseo. Jacques Lacan, explicando el desarrollo de estos mecanismos de identificación, afirma que este se activa cuando el niño se reconoce y se identifica como una unidad frente al espejo, llamando a este período el “estadio del espejo”, así el yo se forma de este reflejo que el espejo nos proyecta, así también por la proyección de nosotros en la madre (el deseo del niño en el deseo de la madre) y por la que nos da las relaciones sociales con los otros. Esto genera que se forme un sujeto estructurado en identificaciones parciales, no completas, por lo cual se afirma que la identidad se vuelve un proyecto fracasado pues nunca interiorizamos totalmente las normas sociales, lo cual genera conflictos al no llegar al final esperado: no llegamos a ser quien se supone que somos. Pero a su vez, se ha derivado de esto que se piense a la identidad como el origen de todo deseo, como su causa, pues al iniciarse la identificación con el otro, se procede también en este proceso a imitar, de este otro, sus objetos de deseo.

Esta identificación a su vez también desempeña una labor importante en la conformación de la identidad de grupo. Así, sobre esto la teoría ha debatido entre dos puntos de vista: una identificación que parta de algo dado, algo esencial; o una identificación que se encuentra parametrada por identidades opresoras, preexistentes al sujeto en si. Aquí se plantea una pregunta importante: ¿Cuál es la relación entre la necesidad psicológica y política de identidad y la crítica que se hace a esta (a su carácter “esencialista”) por parte de los teóricos de la identidad? Ahora, también entra dentro de este problema el debate entre la naturaleza de la relación entre la idea de una identidad construida (que defienden los teóricos de la identidad) y lo planteado a través del psicoanálisis sobre el proyecto fallido de la construcción del sujeto: si esta relación es de acoplamiento o de conflicto. En tal sentido, es importante señalar que los grupos marginados encuentran dos salidas: 1. tal como los investigadores teóricos señalan, asumir la idea de que una “esencia” de grupo es ficticia; o 2. seguir dentro de la ficción y aprovecharse de eso, así Foucault señala que a través del discurso clínico con el que se identificó al homosexual, este reivindicó su legitimidad apropiándose de las categorías impuestas desde dicho discurso. En general, existe un mecanismo recurrente dentro de la formación de la identidad; así, diversos estudios teóricos tales como el marxismo, el psicoanálisis, los estudios culturales, el feminismo y los estudios poscoloniales han concluido –de diversas maneras y de acuerdo a su materia específica de estudio- que la identidad se forma por el conflicto, tanto por diferencias grupales internas y externas. Entonces, en ella subyace una lógica de diferenciación y negación de un elemento haciéndolo opuesto a otro, evidenciando que los sujetos son producidos dentro de una idea –completamente injustificada- de unidad e identidad, que puede cumplir la función de hacer mas fácil la implantación de autoridad y de crear espacios vacíos entre la identidad que determina el poder y los valores de vida del propio sujeto.

Ahora, esta problemática toca en cuestión otro problema fundamental, el cual trata sobre la agencia del sujeto, su actuación responsable: ¿Qué tanto delimita las estructuras el campo de acción de los sujetos? Ante esto se han esbozado dos respuestas: 1. el tomar a las identidades como producidas abren alternativas de agencia de los sujetos, lo cual niega aquellas afirmaciones que hacen hincapié en el estatismo de las estructuras; 2. el sujeto, según la opinión tradicional, es limitado en su responsabilidad: esto queda evidenciado cuando se habla del sujeto como “sujeto conciente”, lo cual limita su responsabilidad a aquellos actos cuyos efectos hayan sido calculados (de manera consciente obviamente). Pero si nos situamos en la perspectiva psicoanalítica, teniendo al sujeto tanto como consciente e inconsciente, esto queda invalidado pues su rango de responsabilidad queda expandido. Entonces, situarnos tanto en la afirmación de que nuestras identidades son construidas o en la que el inconsciente también forma parte del sujeto amplía la responsabilidad sobre nuestras acciones. Así, ante la cuestión de si el sujeto es o agente o determinado por las estructuras, el filósofo Anthony Appiah manifiesta que ambas cuestiones son dos niveles de la teoría, y que no son posibles de separar, y mucho menos oponer. Ambas respuestas por tanto no son excluyentes, sino que hacen injerencia en dos posiciones de estudio: 1. cuando hablamos de agencia responsable nos referimos a la necesidad humana de vivir entre sujetos, cada uno con creencias e intenciones determinadas; 2. cuando hablamos de determinación del sujeto hacemos referencia a nuestro deseo de entender los procesos sociales e históricos donde el papel del sujeto es el de encontrarse determinado. Sin embargo, enfatiza Appiah, ambas explicaciones no tienen que estar en conflicto es más, ambas deben ser parte de un proyecto que analice los procesos de producción de las identidades y que papel juegan los discursos de poder. Es por esta razón que la teoría no debería constituirse como un corpus que de soluciones armoniosas, sino que en él mismo se mezclan factores que intervienen por igual en un determinado problema. En tanto motor que ponga en marcha pensamientos futuros, se debe comprender a la teoría como expectativas que nos muestren derroteros de investigación.

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